domingo, 31 de julio de 2011

"Pisot: los dígitos violentos", Isaí Moreno

Si este blog tiene un objetivo es hablar obras que, creo, valen la pena y se quedan enterradas en ediciones pequeñas o mal distribuidas.

Es por novelas como las de Isaí Moreno que gasto mí tiempo escribiendo aquí.

Pisot: los dígitos violentos, premio Juan Rulfo para primera novela en 1999, se adentra por el abstracto camino de los números para llevar al lector a un destino más abstracto aún.
La primera parte del libro (y el epílogo) narra la historia de Policarpio y su vida en la Nueva España. Relojero, matemático y asesino (para servirle), la obsesión numérica del llamado “relojero de la buena muerte” no radica sólo en contar cualquier cosa (incluidos los últimos respiros de sus víctimas), también en resolver todos los problemas matemáticos que crucen en su camino. Pero apareció esa ecuación. Y luego la maldita máquina…

La segunda parte de la novela sufre un cambio de voz narrativa (de un narrador omnisciente a uno en primera persona), de tiempo y de personajes. De golpe nos encontramos con un alguien que nos habla de Marino, estudiante brillante  que poco a poco va revelándose como alguien oscuro y obsesionado con los números y con cierta ecuación.

Isaí Moreno nos lleva, con una erudición sobre sus temas que combina agradablemente con una prosa pulida, por un camino numérico hacia aquel destino abstracto del que hablé anteriormente. Policarpio y Marino están unidos, a pesar de la distancia del tiempo, por una característica común: la necesidad de destruir al otro. La destrucción como algo que provoca placer termina siendo la adicción que provoca cada acción de ambos personajes y, de paso, los arrastra de los pies a su fin. En este sentido, Pisot… es la primera aproximación de Moreno a los dos temas (la adicción y la destrucción como placer) que se juntarían a la venganza para armar su segunda novela: Adicción. Es también una novela que, sin evitar del todo esos tropezones de ópera prima, demostró ser una seria promesa de buena literatura. Es una carta de presentación que exige se le tome en cuenta.

Moreno, Isaí. Pisot: los dígitos violentos. México: Lectorum. 1999.

domingo, 24 de julio de 2011

"Miller y Giménez", Ruy Xoconostle

Eso de desacralizar se da mucho entre los escritores actuales. Eso de desarmar los mitos para incrustarlos en otro lado se da mucho también. Eso de los crossovers (sí, adivinaron) se da mucho.

Pero que las tres cosas se conjunten y funcionen armónicamente no es algo que ocurra a menudo en lo que se escribe en México hoy día.

Uno de los libros donde sí pasa es Miller y Giménez.

Ambientados en un México (País de Penn) futurista y dividido entre católicos y yajudis, estos textos vuelven a narrar siete pasajes de la biblia usando robots, psíquicos homosexuales, necronautas, máquinas de refresco, nueras doble A, reallity shows, rifles AK-47 y a José José. 

Todo esto unido por dos elementos que hilan y sostienen el libro:

1.- El lenguaje. Con un necesario glosario en la parte final, la “jerga” del País de Penn no sólo es utilizada en los diálogos, también está en la voz del narrador. Los cambios de palabras (cancro por cigarro, golová por cabeza) dan la idea de un México muchos años después al presente que, sin embargo, no se ha librado de todas sus referencias anteriores (Miller sigue cantando al Príncipe de la canción y el salinato sigue siendo un ejemplo de estar jodido) y que está abiertamente impregnado de la cultura estadounidense (keep rolling, stones).

2.- Miller y Giménez. El andrógino y el saco cuadrado de plomo. El impulsivo y el reflexivo. El vulgar y el educado. El católico en rehabilitación y el pulóver de Zara. Este par, entrañables los dos, son compañeros de la sexta división de La compañía. Esa que tiene una enorme red diseñada para que se cumplan las sagradas escrituras de El Libro. Cuando reciben una misión por fax, los agentes deben hacer lo que sea para cumplir, tal cual, lo que está escrito. Entiéndase “lo que sea” como ponerse ebrios, revivir a un muerto y, fundamentalmente, asesinar a medio mundo con la misma cantidad de sangre que vemos en Kill Bill.

Este libro, que tiene una forma muy Tarantino de contar los hechos de una historia, es vendido como un libro con siete cuentos (y tres bonus tracks); sin embargo, la forma en que están unidas todas las historias da más la idea de una “novela” que de cuentos. La frontera de cristal de Carlos Fuentes y, según, Hipotermia de Álvaro Enrigue son ejemplos de este intento de unidad en libros de cuentos. No sé si el autor lo intenta y, francamente, no importa. Da igual que sean cuentos, una novela, un híbrido o Frankenstein patrocinado por Pepsi, lo que importa es que el libro está bien armado, bien escrito y divierte de sobra.

Está bueno, pues. Como Michelle Pfeiffer.

Xoconostle, Ruy. Miller y Giménez. México: Joaquín Mortiz, 2003

sábado, 16 de julio de 2011

"Novelita de amor y poco piano", José Ramón Ruisánchez

Un libro, entre muchas otras cosas, sirve como escape cuando todo está del asco. Lo he descubierto con muchas obras, pero ninguna me ha servido tanto en días malos como la primera novela de José Ramón Ruisánchez. Hay algo en la historia de Dodo que alegra al lector. Algo que le implanta una sonrisa agradable por cada línea leída.

Hay algo en Novelita de amor y poco piano que es como platicar con un nuevo amigo en el Corona.

Ese “algo” es el lenguaje, así de simple.

Dodo narra con total carencia de seriedad porque no quiere escribir otro libro aburridísimo (de esos que salen hasta por las coladeras). Haciendo malabares con las palabras, mezclando jerga con el léxico de un tipo culto de dieciocho años (porque a los dieciocho uno no sólo se siente culto, también se cree profundo) y, con más simpleza que sencillez, nos enteramos de cómo nuestro compañero de copas empezó y dejó de tocar el piano.

Así de simple la premisa. Tanto que permite al pseudointelectual muchacho un viaje por consultorios de tortura dental (¿mental?), la boda de su mejor amigo, Punta Maldonado, el círculo del infierno omitido por Dante, el paracaídas, la parte de Altazor que nadie entendió, su estancia (olorosa a pescado) en Guanajuato y su travesía por las bocas de ellas mientras está pensando Siempre pensando en Ella, la de los ojotes tan vagamente cafés como verdes.

Así de simple el viaje.

Y de esa misma forma me parece posible afirmarlo: hay dos tipos de novelistas en José Ramón Ruisánchez. Uno es el serio, el que, a veces innecesariamente, complejiza sus textos. Es el doctor Ruisánchez que se adivinaba en Remedios infalibles contra el hipo y que encuentra su desarrollo en Cómo dejé de ser vegetariana y Nada cruel. El otro es Joserra, el autor desenfadado de esta novelita que dio origen a Y por qué no tenemos otro perro y a El nombre del juego es Da Vinci. Ese es, en mi opinión, el Ruisánchez que brinda sonrisas en días que son necesarias y que, al mismo tiempo, construye una literatura de mayor fortaleza que la del buen doctor.

Así de simple.

Ruisánchez, José Ramón. Novelita de amor y poco piano. México: Océano, 1996

sábado, 9 de julio de 2011

"Letargo de bahía", Alberto Castillo

Armada en once capítulos, Letargo de bahía, primer libro de Alberto Castillo, ganó el Primer Premio  en  el certamen de Punto de Partida en el ya lejano 1992.

Esta breve novela narra el día en el que llega una carta a casa de Francisca y Pechy, hermanas que siguen viviendo juntos a pesar de ser mayores. La carta es para Francisca. La carta es de Aspiri, su único amor, el mismo que la abandonó yéndose a Belice.

Al final de cada capítulo, después de narrar algo sobre el día de la llegada de la carta, aparecen dos cartas escritas tiempo atrás de la narración principal. Ambas dirigidas a Aspiri. Una escrita por una muchacha que lo ama y descubre con él el sexo, pierde el pudor y derrama lágrimas (cosa que a Aspiri le da igual). La otra es escrita, nunca entregada, por el hermano menor de la muchacha, quien muestra un amor descomunal por el novio de su hermana.

Y hasta ahí la anécdota, que no es lo más importante. Lo que cuenta en la novela de Castillo es lo no dicho, lo que se va tejiendo sin palabras, lo ausente. Todo gira alrededor de la falta de Aspiri, una especie de Godot del que los personajes dependen y al que esperan en un letargo demente.

La virtud de Letargo de bahía sería mantenerse en el silencio, pero no lo hace. Ventila todo en las últimas páginas y eso es un problema porque el autor da todos los elementos para que el lector construya la confesión de cada secreto. La insistencia de mostrar el mecanismo revela todo lo que el texto ofrecía con su silenciosa construcción, haciéndola caer en el último tramo y una novela breve no puede darse ese lujo.


Castillo, Alberto. Letargo de bahía. México: Fondo Editorial Tierra Adentro, 1992

jueves, 7 de julio de 2011

"Apuntes para una novísima arquitectura", Fernando de León

Hace algunos años, que un mexicano publicara en España era garantía de publicación en su patria. Era EL logro, todos iban a buscar el libro de aquel que se está leyendo al otro lado del charco.

Eso era antes, hoy día las cosas no funcionan así. Prueba de ello es Apuntes para una novísima arquitectura, último libro de cuentos de Fernando de León.

Nacido en la década de los 70, el de Guadalajara es uno de los escritores cuyos intereses están claramente inclinados a la literatura fantástica y sus libros son pensados, me atrevo a decir, cartográficamente. Son el mapa que trata de abarcar un tema desde todos los ángulos posibles. Esta intención es notable en el libro publicado por Editorial Berenice.

Apuntes para una novísima arquitectura está compuesto por siete cuentos y un comentario epilogal de Francisco González Crussí. Los cuentos exponen diversas maneras de contemplar y entender el cuerpo. Vesalio en Zante y Bruma dejan ver (y verse) al lector desde los ojos de un par de médicos (Vesalio y Knox respectivamente) donde lo importante está dentro tanto de los ojos clínicos como los del voyeurista que esculca la historia. Las tribulaciones de un hombre muerto y Cuando murió el abuelo exprimen carcajadas y presenta dos puntos distintos acerca de un cuerpo muerto y la pregunta sobre el alma como un ente aparte de la materia. En Anamorfosis y La bella leprosa, Fernando de León presenta lo corpóreo del humano como el plano de un laberinto sostenido por un tipo especial de amor y repulsión: el mismo que genera arte.

El cuento Apuntes para una novísima arquitectura merece ser mencionado aparte. Onírico e intrigante, su construcción y la manera en que sumerge e involucra a Aª, a mí, a ti y (o) a él mismo es un experimento poco utilizado entre los cuentistas de su generación y hace que el texto un cierre fuerte para el libro.

En estos cuentos, el autor retoma rasgos que presentó desde La estatua sensible y Cárceles de inversión. La muerte y sus espectros, una beta humorística en su estilo y cierta afición por los laberintos imposibles regresan con más fuerza que en sus libros anteriores. Fernando de León es un escritor que cumple lo que promete, que sube su nivel con cada entrega. Eso es bueno porque entrega mejoras cada vez más notables (por ejemplo, las promesas de Apuntes para una novísima arquitectura se ven cumplidas en Historia de lo fijo y lo volátil, su libro más reciente). Sin embargo, hay algo preocupante en esas mejoras: que son eso, sólo mejoras. No hay algo novedoso entre un libro y otro y eso es problemático porque basta con leer uno, el que sea, para saber qué podemos esperar de todos los demás.

Fernando de León es un maestro dando vueltas de tuerca a sus cuentos. Espero aplique una de esas vueltas para darle un nuevo giro a los temas que conoce y explota tan bien.


De León, Fernando. Apuntes para una novísima arquitectura. España: Editorial Berenice, 2007

sábado, 28 de mayo de 2011

"Sho-shan y la Dama Oscura", Eve Gil

La globalización, palabra que escuchamos mucho estos días, ha llevado a todos los países rasgos culturales de todas partes del mundo y, entre otras, la literatura mexicana se los agradece. Una prueba notable de las ventajas del cruce multicultural, creo, se ve en Sho-shan y la Dama Oscura, la más reciente novela de Eve Gil.

La historia, contada desde los recuerdos de de Murasaki Fujita, nos narra un momento crucial de su pasado y que la llevó a convertirse en la famosa dibujante de manga que es ahora. Su padre (un reconocido médico), su hermana Lu (una pequeña con síndrome de Asperger y una fuerza oculta impresionante) y, sobre todo, su madre Dagmar (mujer “excéntrica”, narradora y con un pasado oculto en lo más profundo de su mente) son las principales piezas de una entrañable narración que retrata la interacción de la particular familia con el resto de la sociedad.

Ya muchos han hablado sobre el tema central del texto. Gente como BEF o Alberto Chimal han hecho notar en sus lecturas el eco que se escucha en el texto y que grita "tolerancia". La novela retrata una sociedad incapaz de aceptar lo que no es igual a la masa: los insultos que profieren contra Dagmar (Dama) cada que hace “alguna de sus locuras” o la pésima aproximación de los medios de comunicación hacia algo que no comprenden (raro, ¿no?) son pruebas tajantes de la hipocresía de la masa que se abandera con la blancura democrática, plural y tolerante…

... 
    ...
        ...

            Perdón, fui a vomitar.

Me gustaría, por último, resaltar la forma en que Gil separa lo real de lo imaginario. lo digo porque la linea que traza la autora es delgadísima, lo cual aporta mucho en la construcción de los acontecimientos de la novela y le ayuda a fluir favorablemente.

Sho-shan y la Dama Oscura es una novela rara en la literatura mexicana por el marco que da a un tema común entre lo que se escribe actualmente. Tiene un estilo ameno y la lectura entretiene a la vez que expone una historia bien pensada por parte de Eve Gil. Sus pretensiones no son mayores a eso y se nota. No es lo más destacable entre lo que se está escribiendo, cierto, pero no deja de ser una escala interesante y agradable. Esperemos a ver qué pasa en la segunda parte de la saga.


Gil, Eve. Sho-shan y la Dama Oscura. México: Suma de letras, 2009

viernes, 27 de mayo de 2011

"36 Toneladas", Iris García Cuevas

Hay muchas cosas que hacen al lector decidirse a empezar un libro. El autor, el género, la portada, la extensión, el precio, el tema, blablabla.

Una de esas cosas determinantes es la contraportada. Es triste encontrar alguna que demuestre ser escrita por alguien que no leyó el libro o que no supo leerlo. Por una de esas contraportadas, la lectura de 36 toneladas puede arruinarse.

Polifónica y ágil, la novela inicia cuando despiertas en un hospital sin recordar un carajo y el tipo de las gafas oscuras que no se te despega te dice un nombre, algo sobre un militar, dinero, droga... ah, sí, y que te van a matar. Más jodido no puedes estar. Partiendo de tu jodida condición, García Cuevas mete al lector a buscar su identidad y a resolver lo acontecido.

Aparte de la variación de narradores, uno de los aspectos más interesantes del texto es el cambio constante de tu nombre, desmemoriado. ¿Qué tan importante es cómo te llamas?, ¿qué tan profunda es la herida de un nombre cuando no lo recuerdas, cuando no lo relacionas contigo?, son las preguntas incrustadas en las líneas de la de Acapulco y que no dejan de formularse hasta la última página.

Hay algo en el libro que me evita disfrutarlo del todo. Es uno de los elementos por los que eliges leer una cosa sobre cualquier otra: el autor.

Me explico: Iris garcía tendría una buena entrada con esta novela si no hubiera hecho ya su "ingreso" al reino de las letras. Ojos que no ven, corazón desierto, su libro de cuentos, es de una potencia impactante, está bien escrito, bien trabajado, es uno de esos libros a los que hay que prestarles mucha atención. Tanta que, creo, opaca esta novela. El peso del corazón desierto excede las 36 toneladas novelescas de García. Ojo, no digo que sea mala, pero no es el mejor acercamiento a la obra de una de las plumas más prometedoras de la presente década.

García Cuevas, Iris. 36 Toneladas. México: Zeta Bolsillo, 2011.