domingo, 24 de julio de 2011

"Miller y Giménez", Ruy Xoconostle

Eso de desacralizar se da mucho entre los escritores actuales. Eso de desarmar los mitos para incrustarlos en otro lado se da mucho también. Eso de los crossovers (sí, adivinaron) se da mucho.

Pero que las tres cosas se conjunten y funcionen armónicamente no es algo que ocurra a menudo en lo que se escribe en México hoy día.

Uno de los libros donde sí pasa es Miller y Giménez.

Ambientados en un México (País de Penn) futurista y dividido entre católicos y yajudis, estos textos vuelven a narrar siete pasajes de la biblia usando robots, psíquicos homosexuales, necronautas, máquinas de refresco, nueras doble A, reallity shows, rifles AK-47 y a José José. 

Todo esto unido por dos elementos que hilan y sostienen el libro:

1.- El lenguaje. Con un necesario glosario en la parte final, la “jerga” del País de Penn no sólo es utilizada en los diálogos, también está en la voz del narrador. Los cambios de palabras (cancro por cigarro, golová por cabeza) dan la idea de un México muchos años después al presente que, sin embargo, no se ha librado de todas sus referencias anteriores (Miller sigue cantando al Príncipe de la canción y el salinato sigue siendo un ejemplo de estar jodido) y que está abiertamente impregnado de la cultura estadounidense (keep rolling, stones).

2.- Miller y Giménez. El andrógino y el saco cuadrado de plomo. El impulsivo y el reflexivo. El vulgar y el educado. El católico en rehabilitación y el pulóver de Zara. Este par, entrañables los dos, son compañeros de la sexta división de La compañía. Esa que tiene una enorme red diseñada para que se cumplan las sagradas escrituras de El Libro. Cuando reciben una misión por fax, los agentes deben hacer lo que sea para cumplir, tal cual, lo que está escrito. Entiéndase “lo que sea” como ponerse ebrios, revivir a un muerto y, fundamentalmente, asesinar a medio mundo con la misma cantidad de sangre que vemos en Kill Bill.

Este libro, que tiene una forma muy Tarantino de contar los hechos de una historia, es vendido como un libro con siete cuentos (y tres bonus tracks); sin embargo, la forma en que están unidas todas las historias da más la idea de una “novela” que de cuentos. La frontera de cristal de Carlos Fuentes y, según, Hipotermia de Álvaro Enrigue son ejemplos de este intento de unidad en libros de cuentos. No sé si el autor lo intenta y, francamente, no importa. Da igual que sean cuentos, una novela, un híbrido o Frankenstein patrocinado por Pepsi, lo que importa es que el libro está bien armado, bien escrito y divierte de sobra.

Está bueno, pues. Como Michelle Pfeiffer.

Xoconostle, Ruy. Miller y Giménez. México: Joaquín Mortiz, 2003

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